jueves, 18 de febrero de 2010

Lunes 15 de febrero Muestra del conocido escultor e imaginero Elías Rodríguez Picón en la Fundación JR Jiménez

Decía André Maurois, que, “a las imágenes paganas le suceden las imágenes cristianas; pero, siempre, las ficciones abstractas sostienen las civilizaciones.” He querido comenzar con esta frase, por contradicción -si la hubiera-, para condensar lo que ha supuesto para mí conversar con el artista onubense, nacido en Rociana del Condado, en 1974, Elías Rodríguez Picón. Uno que ya peina canas y acaba de superar la cincuentena, ha de sentirse inevitablemente abrumado ante la carrera meteórica de un hombre, que con 32 ha desarrollado de forma tan perfecta una profesión donde la capacidad creativa ha de llevarse a la máxima expresión y que, solo la sinergia de los años y la experiencia puede, o debe, convertir en verdadero arte. Elías Rodríguez es escultor imaginero, como le gusta definirse. Pero, lo que sorprende, se sea o no creyente, es la perfección que dimana de sus obras ya sean sacras o profanas. Uno no puede imaginar cómo el pulso firme y la “idea” -en sentido aristotélico- de lo que se desea hacer, pueden acabar en lo que al final del trabajo, Elías pone en la calle después de darle los últimos retoques en el taller de este pequeño pueblo del sur de Andalucía. Hijo de un conocido ebanista, desde pequeño comienza a destacar en el mundo del flamenco como guitarrista oficial, habiendo tocado con una quincena de cantaores y por cualquier palo. De hecho, me dice, yo quise ser guitarrista profesional y como tal estuve ejerciendo durante un tiempo, hasta que me di cuenta de que ese camino no era el mío, que yo debía dedicarme a la escultura y a la imaginería. He quedado con él en su taller; después de ver su lugar de trabajo, sus herramientas, una infinidad de bocetos, de maquetas… y de esculturas en diversa fase de producción, me hace pasar a una sala enmoquetada donde el desprendimiento de un Cristo, casi finalizado, comparte habitáculo con alguna Dolorosa y con bustos del cantaor Antonio Mairena, el poeta Juan Ramón Jiménez, su mujer Zenobia Camprubí, una escultura de cuerpo entero de Camarón -sentado en una silla, con las manos dando palmas y el gesto desencajado por el quejío, tan real que uno echa de menos a su lado al guitarrista Tomatito, ese con quien diera noches de gloria a los aficionados al cante- además de otras cosas. Una vez sentados, comenzamos hablando de cómo llegó Elías Rodríguez al momento actual en que anda instalado. ¿Cuándo descubres tu interés por la pintura? Yo tuve la suerte, dice, de nacer en una carpintería. Mi padre, aparte de un magnífico ebanista es muy aficionado a la pintura así como al flamenco. Yo empiezo a tener en mis manos pinceles gastados y tubos de pintura desde muy pequeño. ¿Pero, de qué edad estamos hablando, Elías? Hablamos de que tendría dos o tres años. Mis padres me recuerdan que me daban un lápiz y un papel y no me movía de la mesa pintando y dibujando. ¿En qué momento te das cuenta de que lo tuyo es la escultura? Al tenerlo tan de cerca, continúa, quizá uno no se da cuenta de lo que le rodea. Yo quise ser artista desde pequeño, ya hemos hablado de mi afición a la guitarra flamenca, pero van pasando los años y voy conociendo los secretos del mundo de la madera al lado de mi padre, voy pintando, haciendo cosas para vecinos y conocidos, pero, no es hasta los 17 años, cuando inducido, tengo que decir, por lo que me decían otras personas como D. Antonio Barba –párroco de Rociana, entonces-, que me di cuenta de que mi camino no era la guitarra sino que debía seguir la senda que me marcaba la escultura. O sea, empezaste con 17 años a tallar de manera oficial, digamos, la madera, ¿no? Sí. Además, pienso que es una buena edad porque ya puedes saber lo que quieres. Por esa razón dejé de tocar la guitarra en público para dedicarme a la que es mi profesión…Y el salto de tallar madera, aunque fuere a nivel particular, al punto de decir… yo quiero ser escultor ¿cuándo ocurre? Porque tu formación no es académica ¿verdad? No. Mi formación es de taller. Empiezo con mi padre, que fue y sigue siendo mi maestro. Luego, tuve suerte de que un amigo mío me presentase al ilustre escultor sevillano Luis Álvarez Duarte –a quien el escritor José María de Mena describe como el artista más brillante de la última saga de imagineros hispalenses-, con quien estuve más de dos años dando clases esporádicas. Mas lo que yo he ido aprendiendo al instalarme en Sevilla. ¿A qué edad te fuiste a Sevilla? A los 27 años, dice. Y montas un estudio ¿no?, pregunto. Sí. En el centro de Sevilla, en la calle Amparo. Allí estuve dos años largos y luego casi otros dos en la calle Castellar. Mi intención era darme a conocer, pero la razón más poderosa era mezclarme con los gremios de escultores, doradores, tallistas y con toda clase de artistas y artesanos de los que existen en Sevilla. Esto me vino muy bien como aprendizaje y como proyección porque me dio la posibilidad de mezclarme con gente muy madura en la profesión, como Juan Manuel Miñarro López, Sebastián Santos Calero o José María Leal entre otros. También con gente de mi edad con los que intercambiaba técnicas, ideas, etcétera. Por tanto, mi aprendizaje siempre ha sido de taller. Es una forma muy cercana que quizá falte en la Universidad cuando te adentras en Bellas Artes, falta esa práctica…ese contacto de tú a tú con el maestro.
Me comentaba el pintor ayamontino Rafael Oliva, que no es un pintor académico sino intuitivo, que para él es necesario que se promocionen las escuelas taller ¿tú qué piensas de esto?, digo. Pues la verdad es que sí. Que los grandes escultores están tan pillados por los encargos que tienen que no se pueden prestar a dar clases o a ir a la Universidad a impartirlas… Por eso, las escuelas taller podrían ofrecer la cercanía de un maestro al alumno donde pueda aprender la cocina de esta profesión. Hay personas que son verdaderos genios pero no conocen bien la cocina. Otras, a las que les falta años de experiencia en el trabajo y algunos, a lo mejor, que son genios en todo, pero son los menos. Tú ¿comienzas haciendo arte sacro exclusivamente o le metías mano a todo?, pregunto. En Sevilla empecé con el arte sacro, motivado quizá por una tierra donde tanto se vive el mundo de las cofradías y el mundo mariano. Pero con el paso del tiempo, me voy dando cuenta de que yo soy escultor. Incluso, Juan Manuel Miñarro me hace una observación un día que miraba una “imagen” mía, y me dice: “Elías, tú eres escultor; lo que ocurre es que además tienes la capacidad –que es la diferencia de la escultura y la imaginería, dice Elías- de darle alma, corazón, pellizco…, para que cuando se ve una “imagen”, conmueva, que es la función que tiene la imaginería religiosa.”
La escultura profana es más fría, dice, digamos que está hecha más a la perfección, pero tiene menos alma, menos corazón. Que puede llegar a tenerla, continúa, no es excluyente, pero cuando un escultor se la da es que tiene hechuras de imaginero…
Elías ¿qué es lo que se te pasó por la cabeza la primera vez que una obra tuya de arte sacro fue colocada en un templo, no sé, una Dolorosa o un Cristo, por ejemplo, y empezó a ser venerada por la gente? Es algo que… con palabras, es muy difícil de responder, dice. Voy a intentar resumirte cómo me sentí. Tú ves, dice, que yo soy una persona normal y corriente, que tengo un trabajo… que tengo la suerte de dedicarme a la escultura… y que soy un privilegiado al poderme dedicar a lo que me gusta. Pero, cuando ves una obra que has hecho tú y comprendes que le sirve a muchas personas de referencia para expresar una creencia…, a la que le rezan, y que necesitan hacer una oración a esa “imagen” que tú has hecho…, que coincida que esa “imagen” tenga los ingredientes necesarios para que esas personas se sientan más cercanas a su forma de ver el mundo, que disponga de esa función sacra que debe tener la misma, entonces… Para mí es muy difícil de explicar. Porque digamos que esa obra es fruto del trabajo de un artista y ese reconocimiento… Cuantas más personas coincidan en que esa “imagen” les cautiva, les conmueve, más satisfacción sientes en tu interior, porque esa es la razón por la que trabaja un imaginero, para obtener ese fruto…Sé que tienes muchas obras en colecciones particulares, pero respecto al arte sacro ¿en qué sitios se pueden encontrar obras tuyas? Lógicamente en Huelva, que es la que me ha dado y me sigue dando oportunidades de trabajar. En Huelva tengo diecisiete imágenes en hermandades de pasión y ahora estoy trabajando para otras. También tengo obras en Jerez, Guadix, Cádiz, Málaga, Córdoba, Granada, Alicante, Madrid, Barcelona, Palencia, Quissana (Brasil)…¿Hay muchos imagineros trabajando? Sí. Sí que hay, dice. Donde más concentrados están es en Andalucía; especialmente en Sevilla y también en Córdoba. También los hay en otras partes de España. En este aspecto, dice, yo estoy observando que últimamente se está acoplando la imaginería castellana, digamos más seria, de talla completa quiero decir, no es que no sea seria la de aquí, sino que allí hay otras costumbres…, “imágenes” con mantos bordados, con mucha orfebrería…Y esa imaginería, que según tu opinión esta ahora cuajando ¿sigue siendo de tinte barroco? Bueno…, dice, siempre se ha dicho que la imaginería está estancada, que no se adapta a los tiempos. Por eso te lo pregunto, digo. Por ejemplo, la talla del Cristo que tengo ahora frente a mí…, uno se podría remontar siglos y ver imágenes “idénticas”, lógicamente no es la misma talla, están hechas por artistas diferentes, pero la esencia que transmite en su ejecución sigue siendo la misma. Dalí, por ejemplo, continúo, en su Cristo, lo ve con una diferente perspectiva al de Velázquez u otros muchos, rompió con los moldes, sin embargo a mi entender, el movimiento imaginero sigue estando como muy extático, muy fiel a cánones prefijados hace siglos. ¿No lo ves así?, pregunto. ¿No es posible que la imaginería se mueva por otras tendencias creativas? El mundo de la escultura profana tiene un campo más abierto, pero la imaginería se ha acoplado a unos cánones, como decías, que son los de la imaginería religiosa y no evoluciona. La gente no aceptaría ver a un Cristo moderno, con el pelo corto, por ejemplo. Sin embargo, digo, en la arquitectura, y siguiendo con el arte sacro, multitud de iglesias en todo el mundo han cambiado las tendencias, han modificado la típica iglesia con una o dos torres de campanarios, hechas en piedra o de ladrillos encalados, por propuestas arquitectónicas muy avanzadas, e incluso rompedoras de puro modernismo… ¿Por qué en la imaginería en cambio, no se ha evolucionado nada o casi nada?, pregunto. Quizás en la imaginería estemos también, dice, por la labor de recordar lo antiguo, aquellas obras que han hecho escuela… En la imaginaría se han hecho pruebas, Cristos a los que se le han cambiado la fisonomía, se le han cortado el pelo y no acoplan, no gusta, la gente tiene muy claro lo que quiere…Bueno…, digo, también hay que tener en cuenta que vosotros trabajáis para vuestros clientes, y ellos exigen una cosa que es lo que estáis “obligado” a darles, supongo. A mí me comentaba el pintor Pepe Guevara, continúo, que un alto cargo eclesiástico le dijo una vez, en Roma, que por qué no hacía pintura sacra, y él le contestó que por que no había demanda en el mercado. En otras épocas las iglesias y las monarquías tenían sus pintores de cámara que desarrollaban su labor en palacios y catedrales y hoy, sin embargo, un pintor ha de ofrecer aquello que pueda vender. En realidad, prosigo, un creador es un artista, y lo mismo puede hacer un busto de Juan Ramón Jiménez –lo tengo a mi izquierda- que una Dolorosa, pero si no tiene salida lo que hace… ¡por que hay que comer!, supongo. Sin embargo, dice Elías, eso que ocurre con los pintores no ocurre con los escultores. Nosotros sí tenemos afortunadamente trabajo. Yo antes estaba muy preocupado, ya no lo estoy. Hay compañeros míos que han hecho imaginaría, y muy buena, y sin embargo no han tenido encargos de esculturas profanas. Debo decir que afortunadamente no es mi caso. Yo en mi interior me siento un escultor y también un imaginero. En la imaginería, a veces, te dejas llevar tanto por el sentimiento que olvidas las proporciones, el realismo… Como digo, actualmente tengo la suerte de que me están entrando encargos, sobre todo monumentos, o bustos, dice, como por ejemplo el de Juan Ramón Jiménez o el monumento al Rocío, que éste, curiosamente, tiene dos partes diferenciadas: su parte religiosa y su parte profana. Tiene la parte del pueblo, de los almonteños, que ahí he tenido libertad para crear, para darle realismo al esfuerzo, al trabajo que se realiza por ellos, moviéndose…, y de ahí para arriba, está la Virgen, que entra en otra forma de enfocar la escultura…¿Cuál es el proceso para elaborar una obra cualquiera en madera?, pregunto. Pues, empiezas a abocetar, haces los dibujos con carboncillo, luego sacas en pequeño el modelado en terracota, se lo enseñas a los que han hecho el encargo, para que tengan una idea…, y si le damos el visto bueno ambas partes, de ahí se pasa a la madera…, vas midiendo, tallando con las gubias, le vas dando forma… ¿Qué maderas utilizas?, pregunto. Madera de cedro, contesta, es la que más me gusta. La caoba también, pero el cedro quizás es…, se talla con más rapidez, es más dulce a la misma vez que amarga (¿?), dice; y una vez tallada, pues, se le da un proceso de yeso, de un estuco, para poderla policromar encima, y luego le das los colores, frescores, con imprimación, para acabar con las pátinas y veladuras. ¿Y en bronce? Al principio es casi lo mismo. Se hacen bocetos a lápiz, haces la obra pequeña en terracota y luego se va realizando ya en proporciones mayores…, si es a la fundición, a la cera perdida, con un esqueleto de gavillas de hierro como las que usan los encofradores, se les va dando forma al hierro con las manos o con instrumentos, luego se le enrolla tela metálica para que cuando añadas el barro, no se descuelgue, un grueso de cuatro, cinco o seis centímetros como mucho, luego modelas y ves la figura terminada, pero en su interior, dice, está la gavilla de hierro con la tela metálica para que soporte ese barro. Cuando está a tu gusto y al del cliente, se le hacen unos moldes de silicona, y esa silicona ya es un negativo. Posteriormente, a ese negativo se le sacan los positivos de cera. Esta cera se retoca nuevamente para pasarla ya definitivamente al bronce. ¿Es necesario ser un buen dibujante para ser escultor? Es imprescindible. Además esa exigencia ha de tenerse hasta que fallece el artista. Hay que dibujar constantemente, porque esa es la base de todo pintor y escultor. En un arte donde figuran nombres como los de Juan de Juni, Berruguete, Francisco del Rincón, Salvador Carmona, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Alonso Cano, Mariano Benlliure, Soriano Montagut o Juan de Ávalos entre otros, este joven rocianero está apuntando a lo más alto de su profesión, y todo, puede que se lo deba a la educación recibida por un ebanista, por un magnífico carpintero que lleva su mismo apellido, su padre: Manuel Rodríguez Martín.

Fuente: Minombre.es (15 de Febrero, 2010)

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